En 2005 fui invitado a Roma por la BBC tras la muerte del papa Juan Pablo II y
el subsiguiente cónclave, en el que se elegiría a Joseph Ratzinger como
Benedicto XVI. El día que los cardenales ingresaron en el cónclave estaba con
el corresponsal de la BBC Brian Hanrahan (fallecido en 2010) que no creía que
el Colegio Cardenalicio eligiera a Ratzinger, quien acababa de ofrecer la
memorable homilía frente a los cardenales en la que denunciaba la
"dictadura del relativismo".
¿Puede una persona tan estrecha de mente -me preguntaron- terminar siendo
papa? Yo defendí que Ratzinger era una persona bien conocida por cada uno de
los cardenales y que era quien tenía la mayor probabilidad de ser elegido.
Comenté, sin embargo, que una "versión más amigable" de Ratzinger
también podría ser elegida y especulé con que tal vez ésta podría ser
"Bergoglio de Argentina". Fallé por ocho años.
Inesperadamente, el año pasado, me encontré nuevamente en Roma. El hombre
que iba a aparecer en la Basílica de San Pedro me era familiar. Sin embargo,
este papa de muchas primicias (el primero en tomar el nombre de Francisco, el
primer jesuita, el primero del continente americano) tenía preparadas muchas
sorpresas propias. Para quienes somos seguidores de la institución papal,
Francisco nos ofrece una fuente constante de material para la reflexión.
A los comentadores de los últimos 30 años acostumbrados a explicar el
significado de los densos textos teológicos y filosóficos magisteriales, la
simplicidad y la espontaneidad de Francisco pueden causar algo de confusión.
Mientras que su predecesor enseñó empleando palabras precisas y matizados
argumentos, Francisco habla con valentía a través de gestos efectivos y
emotivos. Un tierno abrazo a un hombre deformado vale como una encíclica entera
sobre el amor. Y en la era de Internet, es accesible de inmediato para millones
de personas.
No es una sorpresa que el hombre que tomó como referente y nombre el modelo
de il poverello d'Assisi haya puesto a los pobres en el centro de su
pontificado. Sin embargo, los gestos espontáneos y la manera improvisada en que
se manifiestan no deben llevarnos al error de pensar que este papa está
ofreciendo una dicotomía superflua entre izquierda y derecha, entre capitalismo
y socialismo. Creer que cualquier papa, y este papa en particular, está
inspirado por una ideología concreta en su preocupación por los más vulnerables
es errar por completo.
Francisco rechaza la idea de que sólo el mercado puede satisfacer las
necesidades humanas, pero también denuncia "el asistencialismo" que
crea dependencia en los pobres y reduce el papel de la Iglesia al de una ONG
como cualquier otra. La complejidad de su pensamiento sorprende tanto a la
derecha (algunos que se preocupan innecesariamente creyendo que es un teólogo
de la liberación) como a la izquierda (a los que utilizan sus palabras para
fomentar una "Revolución Francisco" en su nombre). Esto revela la
comprensión anémica que se tiene de Francisco como persona, pero también del
catolicismo, que históricamente ha balanceado las tensiones de paradojas
aparentes (lo divino y lo humano, la Virginidad y la Maternidad, etc.). Es una
tentación demasiado fácil reducir dos mil años de tradición, de reflexión y de
experiencia vivida a cuatro o cinco frases impactantes y políticamente
correctas, prioritarias para la agenda de los propagandistas, pero no para la
Iglesia.
Si se quiere entender lo que piensa Francisco de los pobres sería bueno
atender con mayor objetividad a la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium de
la que tanto se ha hablado y a la que tan poco se ha leído. Rápidamente se pone
de manifiesto que esta Exhortación es una extensión de una aguda percepción de
Jorge Bergoglio cuando era arzobispo de Buenos Aires: "No podemos
responder con verdad al desafío de erradicar la exclusión y la pobreza, si los
pobres siguen siendo objetos, destinatarios de la acción del Estado y de otras
organizaciones en un sentido paternalista y asistencialista, y no sujetos,
donde el Estado y la sociedad generan las condiciones sociales que promuevan y
tutelen sus derechos y les permitan ser constructores de su propio destino."
(Conferencia Las deudas sociales, 2009)
Encuentro dos desafíos innovadores en estas palabras, que podrían suponer
el inicio de un largo camino para despolitizar el debate sobre la pobreza y la
riqueza.
Imaginemos si todos los que actualmente participan en el debate sobre estos
temas se hicieran preguntas tales como "¿qué cosas excluyen a los pobres
del camino a la prosperidad?", o "¿cómo sería una sociedad que dejara
de ver a los pobres como meros objetos de ayuda paternalista y los viera como
artífices de su propio destino?"
Los detalles respecto de medidas concretas de acción política no están ni
en el corazón ni en el alma de la increíble atracción que despierta Francisco
en las personas de todo el mundo. No es su motivación política lo que nos
conmueve cuando somos testigos del modo en que asume y abraza la fragilidad
humana.
De una manera monumental e imprevista el papa Francisco está cambiando las
cansadas conversaciones del pasado y nos invita a comprometernos en el camino
de sanación que desesperadamente necesita nuestro mundo. Casi él solo está
transformando el modo en que se mira al catolicismo, no cambiando el
catolicismo, sino recuperando muchas de las ricas tradiciones que atesora y
devolviéndolas al primer plano.
Su estrategia proviene de su visión de la Iglesia, y no es algo secreto.
Francisco ve a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla.
"¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el
azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto. Curar
heridas, curar heridas...", dijo en una entrevista con Antonio Spadaro SJ,
en La Civiltà Cattolica).
Curar las heridas, sí. Y luego despertar a la sociedad a la fuente más
grande de todas: la persona humana. Ése es el camino para salir de la pobreza.
FUENTE:
The Detroit News; su autor es presidente y cofundador del Acton Institute
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